La casa de los Pachecos
Como todos recordarán, antes de que existiera la Plaza Catedral, inaugurada en 2012, el lugar fue ocupado por el antiestético edificio Montes de Oca, cuya polémica construcción comenzó en 1951.
Antes de este edificio, allí estuvo "La Casa del Pueblo", de don Manuel Obregón, que se construyó poco después de 1926, año de la última gran inundación… catástrofe que por cierto terminó de destruir la ya deteriorada mansión que se encontraba en esa esquina desde el siglo XVII.
La enorme casona había sido propiedad de un tal señor Pacheco, propietario de una gran fortuna, que así lo revelaba "una pared altísima, enormes ventanas con maderas llenas de molduras (…) y defendidas por gruesos y mohosos barretones de hierro, un zaguán descomunal como hecho para dar entrada a gigantes". Relata don Toribio Esquivel Obregón. La gran puerta de madera con clavos de hierro y bronce, los enormes ventanales de la casa y las macizas pilastras de cantera; que en aquella época eran un lujo y en León eran escasísimas.
Al morir aquel señor, su fortuna fue mermando con el paso del tiempo, pero sus herederos continuaron disfrutando en común de la propiedad. Nuevas generaciones llegaron y se sumaron a las anteriores; cada año fueron más… y a la par de la población aumentaba su pobreza: Nadie quería dejar de aprovechar el tanto por ciento que le correspondía de aquella casa; pero tampoco podían pagar las reparaciones que la misma exigía.
Continúa relatando don Toribio: "El zaguán y las piezas que daban a la calle habían llegado a ser lo único habitable. Allí se amontonaban los moradores y hacían recamara y cocina y todo en tal confusión que por lo poco que se veía de la calle se inclinaba uno a creer que aquello era una dependencia de la Corte de los Milagros (Zona del París medieval habitada por mendigos, ladrones y prostitutas), descrita tan a lo vivo por los literatos franceses o que había caído sobre la casa la maldición del cielo porque en ella celebraban el sábado las brujas".
Con el paso de las décadas la casa comenzó a caerse a pedazos; los metales se herrumbraron y la madera se apolilló. Todo lo invadió el moho y la yerba. "La casa de los Pachecos" se convirtió en obligado punto de referencia para los grandes y en el terror de los niños.
Antes de este edificio, allí estuvo "La Casa del Pueblo", de don Manuel Obregón, que se construyó poco después de 1926, año de la última gran inundación… catástrofe que por cierto terminó de destruir la ya deteriorada mansión que se encontraba en esa esquina desde el siglo XVII.
La enorme casona había sido propiedad de un tal señor Pacheco, propietario de una gran fortuna, que así lo revelaba "una pared altísima, enormes ventanas con maderas llenas de molduras (…) y defendidas por gruesos y mohosos barretones de hierro, un zaguán descomunal como hecho para dar entrada a gigantes". Relata don Toribio Esquivel Obregón. La gran puerta de madera con clavos de hierro y bronce, los enormes ventanales de la casa y las macizas pilastras de cantera; que en aquella época eran un lujo y en León eran escasísimas.
Al morir aquel señor, su fortuna fue mermando con el paso del tiempo, pero sus herederos continuaron disfrutando en común de la propiedad. Nuevas generaciones llegaron y se sumaron a las anteriores; cada año fueron más… y a la par de la población aumentaba su pobreza: Nadie quería dejar de aprovechar el tanto por ciento que le correspondía de aquella casa; pero tampoco podían pagar las reparaciones que la misma exigía.
Continúa relatando don Toribio: "El zaguán y las piezas que daban a la calle habían llegado a ser lo único habitable. Allí se amontonaban los moradores y hacían recamara y cocina y todo en tal confusión que por lo poco que se veía de la calle se inclinaba uno a creer que aquello era una dependencia de la Corte de los Milagros (Zona del París medieval habitada por mendigos, ladrones y prostitutas), descrita tan a lo vivo por los literatos franceses o que había caído sobre la casa la maldición del cielo porque en ella celebraban el sábado las brujas".
Con el paso de las décadas la casa comenzó a caerse a pedazos; los metales se herrumbraron y la madera se apolilló. Todo lo invadió el moho y la yerba. "La casa de los Pachecos" se convirtió en obligado punto de referencia para los grandes y en el terror de los niños.
Donde hoy se encuentra la Plaza Catedral estaba la llamada casa de los Pachecos.
En 1866 comenzaron a oficiarse misas en Catedral y muy pronto la de once de la mañana -los domingos- fue la más concurrida al ser oficiada por el primer obispo de León, don José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos.
Los concurrentes, al entrar al templo, no podían dejar de notar al anciano que se asomaba por la deteriorada ventana principal de "la casa de los Pachecos". Se trataba de un hombre muy viejo, alto y enjuto, la cabeza y la barba enteramente blancas, encorvadas las espaldas. Sus ojos negros permanecían fijos dentro de las profundas concavidades de sus órbitas que se dirigían al interior del templo. Oía misa casi en éxtasis y se santiguaba pausada y torpemente.
Aquel anciano era don Juan Arista, hermano de don José Mariano Martín Buenaventura Ignacio Nepomuceno García de Arista Nuez, quien había sido Presidente de la República entre 1851 y 1853.
Los más instruidos de los vecinos sabían que ambos hermanos habían servido en los ejércitos del rey durante la guerra de independencia, pero que en 1821, don Mariano se pasó a las filas insurgentes bajo la bandera de Iturbide. Don Juan permaneció leal a la causa del rey y peleó por él hasta el último momento.
Cuando se consumó la independencia, don Juan se retiró a la vida privada, sin aceptar jamás empleos o tratos con el nuevo régimen, ni aún con su hermano, con quien nunca volvió a cruzar palabra.
Muy pocos tuvieron oportunidad de platicar con el decrépito don Juan y todavía menos supieron cómo llegó y por qué permaneció allí -como un mísero ermitaño- hasta su día final: Creyéndose el último representante del Rey de España; en muda protesta contra el pecaminoso avance de la historia.
Aquella casa, ya en ruinas, se vino abajo en junio de 1888, fecha en que ocurrió la más catastrófica inundación que azotó la ciudad.
Los concurrentes, al entrar al templo, no podían dejar de notar al anciano que se asomaba por la deteriorada ventana principal de "la casa de los Pachecos". Se trataba de un hombre muy viejo, alto y enjuto, la cabeza y la barba enteramente blancas, encorvadas las espaldas. Sus ojos negros permanecían fijos dentro de las profundas concavidades de sus órbitas que se dirigían al interior del templo. Oía misa casi en éxtasis y se santiguaba pausada y torpemente.
Aquel anciano era don Juan Arista, hermano de don José Mariano Martín Buenaventura Ignacio Nepomuceno García de Arista Nuez, quien había sido Presidente de la República entre 1851 y 1853.
Los más instruidos de los vecinos sabían que ambos hermanos habían servido en los ejércitos del rey durante la guerra de independencia, pero que en 1821, don Mariano se pasó a las filas insurgentes bajo la bandera de Iturbide. Don Juan permaneció leal a la causa del rey y peleó por él hasta el último momento.
Cuando se consumó la independencia, don Juan se retiró a la vida privada, sin aceptar jamás empleos o tratos con el nuevo régimen, ni aún con su hermano, con quien nunca volvió a cruzar palabra.
Muy pocos tuvieron oportunidad de platicar con el decrépito don Juan y todavía menos supieron cómo llegó y por qué permaneció allí -como un mísero ermitaño- hasta su día final: Creyéndose el último representante del Rey de España; en muda protesta contra el pecaminoso avance de la historia.
Aquella casa, ya en ruinas, se vino abajo en junio de 1888, fecha en que ocurrió la más catastrófica inundación que azotó la ciudad.
Locales de don Manuel Obregón, que fueron derribados para construir el edificio Montes de Oca.
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