Secreto entre pecadores
La noticia
de que el emperador Maximiliano había sido fusilado en Querétaro llegó a León
la mañana del 20 de junio de 1867. La población entera, así fueran mochos o
liberales, se sumió en una profunda tristeza, pues todos recordaban la visita
que su majestad había hecho a la ciudad apenas tres años antes.
Al que poco
le importó fue a don Luis Fernández, un personaje poco querido en el pueblo debido
a su vida bohemia y disipada que transcurría entre fiestas, mujeres y alcohol.
Entre otras cosas, dicho pecador se divertía componiendo rimas y poemas
difamatorios a conocidos personajes de la aristocracia leonesa y sus
gobernantes.
Don Luis
tenía un hermano completamente diferente a él. Se trataba de don José Guadalupe
Fernández, capellán del Oratorio de San Felipe Neri, quien sin más preocupación
que la de trabajar por el bien espiritual de sus semejantes, pasaba las horas
entregado al ejercicio de su santo ministerio.
Lógico es
pensar que tan disímbolos hermanos no se hablaban ni tenían contacto; y uno
intentaba, en la medida de lo posible, ignorar la existencia del otro.
Una noche
don Luis y sus amigos se emborracharon a más no poder y amanecieron tirados en
los jardines de la todavía Plaza Maximiliano. Antes de que los soldados
franceses, aún apostados en el pueblo, pudieran arrestarlo, el hermano bohemio
corrió por la calle de La Condesa y tocó con desesperación la puerta del
capellán para pedir asilo y poder dormir la mona.
El templo de San Felipe Neri en la actualidad.
Salió la
criada, quien con la puerta entreabierta le negó el paso y le dijo que se
alejara, pues el padrecito aún se encontraba dormido.
“Decepcionado
y triste –Nos cuenta don Vicente González del Castillo en sus Leyendas- don
Luis caminó sin rumbo y con paso no muy firme, y quiso su aventura, que fuera a
parar precisamente allí, a donde no debía: al Oratorio; pero ya que en él
estaba, se metió por el corredor de al lado y no se detuvo sino hasta
encontrarse en la sacristía del templo. Ver colgada en el perchero la capa del
sacerdote y envolverse en ella, todo fue uno, luego se introdujo en la iglesia,
que contenía escasa cantidad de fieles y se refugió dentro de un
confesionario”.
Comenzaba a
dormirse cuando escuchó que golpeaban la puertita que comunicaba a confesor y
confesado. Una tela les impedía verse las caras, pero el falso cura de
inmediato reconoció la aguda voz de doña Josefa de Bustamante, quien le
solicitaba ser confesada.
El, lejos de
delatarse, se dispuso a oírla. Después de tres o cuatro pecadillos veniales, le
confesó que había tomado un grueso fajo de billetes de la caja fuerte sin que su
marido lo supiera. Sin querer don Luis soltó un profundo eructo y a
continuación se atacó de la risa.
Doña Pepa,
consternada, hizo a un lado la tela que ocultaba su identidad y descubrió que
no se trataba de don José Guadalupe a quién le había contado sus pecados, sino
a su bohemio hermano.
Poniendo de
pie su enorme cuerpo gritó: ¡Le voy a decir al padre!... entonces el
suplantador, haciendo un gesto desdeñoso le respondió: Pues si usted le dice a
mi hermano, yo le voy a decir a su esposo que le agarra dinero a escondidas.
El primero
de octubre de 1885 falleció don Ángel Bustamante, fue entonces que don Luis se
animó a romper aquel pacto entre pecadores.
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