El circo Orrín
El Circo Orrín, situado en la Ciudad de México, llegó a ser considerado en el siglo XIX como uno de los mejores del mundo. Su fama se debió, principalmente, por el gran show del payaso británico Richard Bell. El secreto de su éxito fue la búsqueda permanente de lo que podía ser novedoso para el público.
El mencionado circo, con su famoso payaso, artistas exclusivos, animales amaestrados y lujoso escenario, solía visitar diferentes ciudades de la república mexicana viajando en tren. El turno le tocó a León en la década de 1890; siendo colocada la majestuosa y enorme carpa en lo que hoy es el parque Benito Juárez.
Como día de fiesta, niños, jóvenes, ancianos, ricos y pobres viajaban con entusiasmo en los tranvías jalados por mulitas que los transportaban hasta la estación del ferrocarril.
Nos cuenta don Vicente González del Castillo en "Leyendas y sucedidos leoneses": "El gran atractivo, el mayor atractivo, era el de oír y ver al inimitable Ricardo Bell, clown de clownes (…) Mister Bell –como cariñosamente le llamaba todo mundo- que en la pista se deshacía en gracejadas que sin reserva el público celebraba con largos y ruidosos aplausos, era un verdadero gentleman –lo subrayaba su origen inglés-, y nuca se dijo de él, que en reuniones sociales, ni siquiera en conversaciones familiares, se permitiera la más leve caída de tono de la seriedad absoluta que en ellas nunca abandonaba".
En el costado este de lo que hoy es la Plaza de los Fundadores había una tienda llamada "El Siglo XIX", propiedad de don Luis Gaona.
Por aquellos tiempos en el costado este de lo que hoy es la Plaza de los Fundadores había una tienda llamada "El Siglo XIX", propiedad de don Luis Gaona. En su interior había un cuartito bien dispuesto, en el que diario se reunían los señores más ricos e importantes del pueblo para echarse unos coñaquitos y fumar olorosos habanos, mientras comentaban los sucedidos más notables de la política y negocios.
"En cierta ocasión –continúa su relato don Vicente-, habiendo actuado ya en la primera función del circo el celebérrimo Mister Bell, acordaron los asiduos asistentes a "El Siglo XIX", hacer formal y efectiva invitación a don Ricardo, con objeto de que les dispensara el honor de acompañarlos, para brindar con él "un insignificante copetín".
El payaso aceptó la invitación y se presentó muy elegante al día siguiente a la hora acordada. Los caballeros lo recibieron con sinceras muestras de satisfacción. Lo sentaron en un cómodo sillón y el coñac se escanció en las copas.
"Los primeros sorbos fueron acentuando las simpatías y acercando las voluntades –nos explica el señor González del Castillo-, uno del grupo, cortando las conversaciones, propuso con voz emocionada: -¡Qué brinde Mister Bell, qué nos diga un chiste!-. Don Ricardo Bell se puso de pie, abotonó cuidadosa y lentamente su impecable levita; tomó su copa; miró hacia donde se habían quedado su chistera y sus guantes y con adusta gravedad, dejó caer estas frases: -Señores, en la pista soy el payaso del público; aquí, únicamente soy el amigo de ustedes.
Después de largo y penosos silencio, fue el mismo Bell quien reanudó la antes animada conversación".
El Circo Orrín, situado en la Ciudad de México, llegó a ser considerado en el siglo XIX como uno de los mejores del mundo.
En 1906, el Circo Orrín cerró sus puertas, pues Walter Orrín, uno de los hermanos propietarios, prefirió dedicarse al negocio de bienes raíces en una ciudad que tenía grandes oportunidades de construcción. La familia Orrín invirtió sus ganancias creando la Colonia Roma. Le dio ese nombre en recuerdo del famoso circo romano que representa el origen del circo en el mundo. Además, los nombres de las calles en dicha colonia, provienen de las ciudades visitadas por el circo. De allí que exista una calle llamada León de los Aldama, que va de la calle Monterrey al Huerto Roma Verde.
Cuenta la leyenda que en una ocasión le preguntaron al presidente don Porfirio Díaz el por qué no dejaba votar a la población, y él contestó: "porqué votarían por Ricardo Bell"
Don Richard Bell falleció el 12 de marzo de 1911 en Estados Unidos, debido al coraje que sufrió cuando le avisaron que su casa de la Ciudad de México había sido tomada por los revolucionarios. Fue enterrado en Nueva York.
La fama del circo se debió, principalmente, por el gran show del payaso británico Richard Bell.
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