Días de terror
Nadie podía creer que los obregonistas hubieran llegado a Celaya y estuvieran haciendo pedazos a las tropas de Pancho Villa; pero cuando empezaron a llegar a la Cruz Roja de León los primeros heridos no fue posible dudar ya de la gravedad de la situación.
Por aquel entonces la benemérita institución tenía poco más de un año de fundada en nuestra ciudad y se encontraba en la esquina de las actuales calles de Díaz Mirón y Emiliano Zapata. Eran tantos los heridos que el hospital resultó insuficiente y fue necesario utilizar residencias particulares como la de la familia Valdivia, situada en la esquina de las calles de Los Ángeles y Progreso, hoy 20 de enero y Álvaro Obregón; además de las "Casas Cuatas", donde hoy se encuentra el bar El Círculo, en la primera cuadra de Madero.
Por aquel entonces la benemérita institución tenía poco más de un año de fundada en nuestra ciudad y se encontraba en la esquina de las actuales calles de Díaz Mirón y Emiliano Zapata. Eran tantos los heridos que el hospital resultó insuficiente y fue necesario utilizar residencias particulares como la de la familia Valdivia, situada en la esquina de las calles de Los Ángeles y Progreso, hoy 20 de enero y Álvaro Obregón; además de las "Casas Cuatas", donde hoy se encuentra el bar El Círculo, en la primera cuadra de Madero.
La casa de don Diodoro Valdivia, que funcionó como Cruz Roja durante la revolución, fue derribada en 1972 para construir una mueblería.
El Centauro del Norte, que era abstemio aunque paranoico, veía enemigos por todos lados y cualquiera podía ser acusado de cualquier cosa y terminar fusilado en el acto.
Por causas que nunca se pusieron en claro, se encontraban en León tres militares que habían pertenecido al disuelto Ejército Federal, el General Maas, su esposa y sus dos hijos. Con motivo o sin él. Francisco Villa los mandó aprehender y en términos violentos les hizo saber que habían sido acusados como espías del obregonismo y como tales iban a ser pasados por las armas de inmediato.
No valieron las protestas de los acusados, quienes exigían su derecho a ser juzgados y tener la oportunidad de defenderse.
Sin formalidades ni dilaciones, el General Serratos formó el pelotón que condujo a los condenados por la calle Real de Guanajuato hasta el panteón de San Nicolás, lugar en el que, excavadas las tres fosas, se procedió a cumplir las órdenes.
La primera descarga la recibió el General Maas, que murió con gran entereza. En segundo término cayó acribillado el mayor de los hijos, pero cuando se produjo la tercera descarga contra el menor, ocurrió algo insólito: Ninguna de las balas disparadas lo tocó, posiblemente debido al nerviosismo propio de la repetición de actos de barbarie a sangre fría.
El milagrosamente ileso gritó que conforme a las leyes militares, no debería repetirse la descarga, pues en tales condiciones, debe respetarse la vida de quien no es tocado por las balas; pero sus protestas y ruegos fueron desoídos, dándose la orden de preparar nuevamente las armas. Entonces se produjeron una serie de escenas escalofriantes, pues el ex militar emprendió desesperada fuga, saltando tumbas, ocultándose tras ellas y pidiendo clemencia, en tanto que el pelotón de fusilamiento lo perseguía, disparándole hasta que, acorralado, exhausto y con un tiro en la pierna, fue finalmente capturado ante la expectante y conmovida mirada del público que había asistido, sacrificándole al fin al borde del hoyanco abierto de antemano para recibir su cuerpo.
Entre tanto, la angustiada esposa y madre corría de oficina en oficina, suplicando que se suspendiera el fusilamiento en tanto se comprobaba la falsedad de los cargos. Pero al recibir la noticia de que habían muerto su esposo e hijos, se hizo conducir al panteón, donde fue presa de una crisis nerviosa próxima a la locura ante la indiferencia de la tarde que se encendía en colores y a las lejanas notas de un "cilindrero" que repetía hasta el cansancio "La Valentina".
Por causas que nunca se pusieron en claro, se encontraban en León tres militares que habían pertenecido al disuelto Ejército Federal, el General Maas, su esposa y sus dos hijos. Con motivo o sin él. Francisco Villa los mandó aprehender y en términos violentos les hizo saber que habían sido acusados como espías del obregonismo y como tales iban a ser pasados por las armas de inmediato.
No valieron las protestas de los acusados, quienes exigían su derecho a ser juzgados y tener la oportunidad de defenderse.
Sin formalidades ni dilaciones, el General Serratos formó el pelotón que condujo a los condenados por la calle Real de Guanajuato hasta el panteón de San Nicolás, lugar en el que, excavadas las tres fosas, se procedió a cumplir las órdenes.
La primera descarga la recibió el General Maas, que murió con gran entereza. En segundo término cayó acribillado el mayor de los hijos, pero cuando se produjo la tercera descarga contra el menor, ocurrió algo insólito: Ninguna de las balas disparadas lo tocó, posiblemente debido al nerviosismo propio de la repetición de actos de barbarie a sangre fría.
El milagrosamente ileso gritó que conforme a las leyes militares, no debería repetirse la descarga, pues en tales condiciones, debe respetarse la vida de quien no es tocado por las balas; pero sus protestas y ruegos fueron desoídos, dándose la orden de preparar nuevamente las armas. Entonces se produjeron una serie de escenas escalofriantes, pues el ex militar emprendió desesperada fuga, saltando tumbas, ocultándose tras ellas y pidiendo clemencia, en tanto que el pelotón de fusilamiento lo perseguía, disparándole hasta que, acorralado, exhausto y con un tiro en la pierna, fue finalmente capturado ante la expectante y conmovida mirada del público que había asistido, sacrificándole al fin al borde del hoyanco abierto de antemano para recibir su cuerpo.
Entre tanto, la angustiada esposa y madre corría de oficina en oficina, suplicando que se suspendiera el fusilamiento en tanto se comprobaba la falsedad de los cargos. Pero al recibir la noticia de que habían muerto su esposo e hijos, se hizo conducir al panteón, donde fue presa de una crisis nerviosa próxima a la locura ante la indiferencia de la tarde que se encendía en colores y a las lejanas notas de un "cilindrero" que repetía hasta el cansancio "La Valentina".
El general Maas.
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